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sábado, 2 de marzo de 2013

Destino caprichoso

No podía continuar, el cansancio podía con ella. Tantos kilómetros, tantos obstáculos, ahora le estaban pasando factura. «Un poco más» Se rogaba a sí misma.
Cinco días habían pasado desde que tuvo que huir, dejándolo todo atrás. Reprimiendo las lágrimas se obligó a seguir corriendo, llegando hasta un pequeño bosque. Jadeando, se permitió respirar profundamente por primera vez desde que empezó aquella salvaje persecución.

Caminó a paso rápido por él, buscando un lugar adecuado en el que poder descansar su maltrecho cuerpo. Un pequeño hueco de un árbol daba lugar a una gran madriguera, probablemente de algún animal. Pero al ver que no estaba ocupada, se introdujo cuidadosamente, aguantando un gemido de dolor al rozarse la cadera con uno de los lados. Le habían disparado, y aunque la bala no se había quedado incrustada, abundante sangre salía por la herida.
Mareada, trató de permanecer alerta, pues apenas les había sacado ventaja.

Todavía no podía creerlo, cómo él había estado jugando con ella, mintiéndole todo este tiempo. Reprimiendo un sollozo, se mantuvo en silencio.

Poco después oyó los pasos, y los ladridos de perros. Maldijo, pues sabía que los perros la encontrarían. Y así fue. Apenas cinco minutos después, escuchó un perro olfatear muy cerca de donde se encontraba. Se mantuvo inmóvil. Dejó de oírse al perro y se sintió estúpidamente aliviada. Pero de repente, la luz de una potente linterna la cegó, y ésta al poco después se apagó.

-Quédate ahí, ya no buscarán por esta zona. Volveré después.-oyó un susurro.

Creyó haberlo imaginado, no, no podía ser él. ¿Por qué iba a ser él? ¿Por qué iba a salvarla después de todo lo que había ocurrido? ¿Después de tantas mentiras?
Quizá fue porque deseaba que fuera verdad que iba a ayudarla, o por culpa del cansancio, pero permaneció allí, quedándose dormida.
Despertó de golpe al sentir que algo la tocaba. Alerta, se alejó y trató de defenderse, pero solo logró hacerse daño por culpa de la herida. Gimoteó, pero mantuvo la postura.

-Idiota, soy yo. Sal de una vez.-dijo exasperado.

Ella apenas pudo reprimir un gruñido. -¿Por qué iba a salir? ¿Para que me entregues otra vez? ¿Para escuchar más mentiras y encima creerlas? No, gracias.
Oyó un suspiro, un suspiro resignado.

-Te contaré toda la verdad, pero has de salir de ahí o podría infectársete la herida.-murmuró.

-¿Ahora te preocupas por mí? Vaya novedad.-susurró, pero salió de la oscura madriguera, estremeciéndose ante el frío de la noche. Una vez se incorporó, fijó su mirada en aquellos azules ojos que tanto había amado. - ¿Y ahora qué? ¿Vas a entregarme?

Sin  contestarle, él se acercó a ella y la abrazó, pillándola totalmente por sorpresa. Casi le devuelve el abrazo, pero su parte racional superó la sentimental y lo apartó de un empujón a pesar del dolor de su costado.
-¿Pero qué haces idiota?-preguntó entre enfadada y sorprendida, tratando de ocultar su dolor.
Gruñendo ante el rechazo, él se alejó unos metros de ella, dándole la espalda.

-Se supone que iba a ser un trabajo fácil.-comenzó a contar.-Tenía que lograr que te encariñaras de mí, para luego poder engañarte y llevarte a ellos. La niñita del presidente tendría un gran valor.-paró ahí, suspirando.-Pero cuando te conocí, supe que no sería así. Puede que te contaran su versión, en la cual yo soy un cruel manipulador y actor que fingió todo lo que sentía, pero no es así.-esto último lo dijo al darse la vuelta y fijar su vista en ella.- Te quiero, y no deseaba que se desencadenara todo esto. Pero ellos parecieron darse cuenta, pues pusieron cartas en el asunto, y actuaron sin que lo supiera.

Muda del asombro, no sabía si creerle. Sus ojos le rogaban que lo creyera, pero habían sido tantos secretos, tantas mentiras desde el principio.
Sin esperar a su respuesta, siguió hablando, acercándose de nuevo a ella.

-No quería que te hicieran daño, una y otra vez se lo rogué… Pero necesitaban ser convincentes para que tu querido papá pagara el rescate. El día que logré idear el plan para que escaparas iba a acompañarte, pero un compañero lo averiguó, y una vez logré que no fuera a contar nada, tú ya habías escapado. Es muy probable que no quieras creerme, yo no lo haría. Así que como mínimo, déjame que te lleve a casa y sepa que estarás a salvo.-murmuró.

Mirándolo dubitativa, caminó el par de pasos que los separaba.
Observando su expresión y sus ojos, aceptó la verdad.

-Antes los despistaste para que no me cogieran. ¿Qué será de ti una vez que me dejes en casa?-susurró.

Bajando la vista, él le respondió.-Huiré. Tendré que irme lejos para que ellos no me encuentren, ya que si lo hicieran, me matarían.
Sin poder aguantarlo, apoyó la cabeza en el pecho de él, escondiendo su expresión de su aguda mirada. Inseguro ante su anterior rechazo, él la rodeó con sus brazos.

-No te vayas, quédate conmigo.-susurró ella, mientras cálidas lágrimas caían de sus mejillas.

Estrechándola con fuerza entre sus brazos, él le respondió:
-Siempre estaré contigo.

Y en ese preciso momento, se oyó el sonido de un disparo.




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